Charlamos con Javier Rodríguez Fernández sobre la historia del cómic y su aportación a la interpretación histórica. Comenzamos hablando de las dificultades para definir el género y las singularidades de su aparición, a partir de las revistas satíricas inglesas en el siglo XIX y del consumo de artículos de ocio de producción industrial en el cambio de siglo en Europa.
Entre las grandes líneas dentro de la industria del tebeo comentamos el manga, la escuela franco-belga, la tradición norteamericana y por fin la tradición hispana, que se fue acercando con el tiempo a los planteamientos de la industria anglosajona, a pesar de que la Dictadura Franquista propició un tipo de cómic más cercano al modelo francés en cuanto a factura.
También comentamos Historia de Aquí de Forges, como ejemplo casi único de llevar a cabo una interpretación histórica e historiográfica, con un formato de tebeo, de lo que fue la historia de España.
Discutimos sobre el carácter puramente de entretenimiento o disolutivo y movilizador del cómic y, en este sentido, nos detuvimos en la erótica.
Escuchamos la famosa canción de Asfalto, «Capitán Trueno». Y, como el calor apretaba, pusimos la versión de Los Manolos del famoso tema de Jaume Sisa «Qualsevol nit pot sortir el sol».
Leímos y reflexionamos -con la colaboración de Estela Moreno- sobre los vínculos entre la memoria y el tiempo a través de un texto de la poeta Anne Carson de su libro Men in the Off Hours (2001). En un apéndice al texto que leyó Estela, Anne Carson escribe, “Death lines every moment of ordinary time” (la muerte traza una línea en cada momento del tiempo ordinario). Éste bien puede ser el comienzo para una reflexión inagotable en torno al tiempo y nuestra relación con él, y en cuanto al tiempo como uno de los sustratos de la historia, es decir, como el lugar desde el que nos posicionamos para construir el relato histórico o como uno de los instrumentos de los que nos servimos para organizar ese relato.
En su texto, Anne Carson nos habla de las diferentes maneras de anclar la propia existencia (la de Tucídides y Virginia Wolf en este caso) desde la situación de acontecimientos en la historia, que es tan de sus cronistas, es decir, tan nuestra –por nuestra condición intrínseca de cronistas también, de narradores de historias, al menos de la de nuestra propia vida, como de quienes se vieron directamente involucrados en aquellos acontecimientos. Precisamente el tiempo, y su inapelable naturaleza subjetiva, trae el pasado al presente y evoca en el presente el pasado, estableciendo no solo relaciones explícitas de causa efecto, sino soterradas líneas de conexión que se traducen en variabilidad, a veces imprecisión, a menudo verosimilitud, a la postre verdad.
Anne Carson nos muestra de alguna manera cómo la verdad aflora en el terreno de la crónica y el testimonio y cómo los tiempos ordinarios producen el tiempo de la historia en acontecimientos extremos y catárticos como la guerra, porque la guerra es, ante todo, muerte. Muerte cortando el tiempo ordinario, muerte que niega la subjetividad, que la reprime y la ahoga fatalmente, que fija aquella “mancha en la pared” de Virginia Wolf y confiere sentido a la frase de Walter Benjamin, que por cierto recordamos hace algunos programas: un hombre que muere a los treinta y cinco años quedará en la memoria como alguien que en cada punto de su vida muere a los treinta y cinco años. La memoria debe poder adentrarse y, en la medida de lo posible, rescatar el tiempo ordinario, particularmente el que transcurre en “nuestras horas libres”.
“Hombres en sus horas libres” es el título del poemario de Anne Carson al que pertenece el texto (en prosa) que leímos, y que llevaba por título “Tiempo Ordinario: Virginia Wolf y Tucídides sobre la Guerra».
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