364. Novela histórica (117)


Hace varias navidades que Contratiempo viene recomendando cuidado con las recomendaciones de novela histórica. Cuidado con el enfoque supervisor que los/as historiadores/as quieren imponer, a menudo, sobre las narraciones de otros. Este programa analiza ese tipo de mirada y forma una especie de trilogía junto con el dedicado a Jorge Semprún, y una futura vuelta de tuerca a esta cuestión de la novela.

El historiador suele creer, y cuanto más académico y más consolidado con mayor firmeza, que su relación con la novela histórica consiste en evaluar y sancionar su veracidad. Se ve a sí mismo como un árbitro que juzga si novela y hechos están cortados por el mismo patrón; un encargado de  denunciar la falta de precisión y de verdad.

Un ejemplo de esta actitud es el comentario de Antonio Elorza (que recomienda Baza de Espadas, de Valle-Inclán) en el citado artículo de un Magazine de El Mundo: «Todas esas Juanas las Locas y demás cosas no las leo. Son un recurso de una sociedad que se preocupa poco por la Historia»

Comentario al que el gran público podría contestar, seguramente, algo así como que todas esas cosas de historiadores no las lee, porque son un recurso de una academia que se preocupa poco por la sociedad. La historia pública pretende buscar un nuevo modelo de relación entre estos dos polos, en que se muestren las conexiones e influencias y en que no se creen dos bloques con intereses opuestos.


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