Con esta reflexión invitamos a controvertir la idea, ampliamente extendida, de que puede llegar a producirse una saturación de contenidos libres en Internet entre los usuarios. Esta idea presupone un ciudadano ávido de consumir contenidos por el mero hecho de que son gratis, y en realidad contiene una intencionada confusión entre la saturación de lo gratis (¿demasiado gratis?) y la saturación de contenidos (¿demasiados contenidos?, ¿es tal cosa posible?).
Sin embargo, creemos que la cuestión con los contenidos que circulan por la red es que su exposición y la relación que los ciudadanos establecen con ellos, precisamente, pone de manifiesto la necesidad de reconsiderar esa antropología negativa del sujeto que lo sitúa permanentemente en un mercado en el que el valor descansa en el precio de la mercancía y no el hecho del intercambio. Internet muestra (con la gratuidad), en efecto, que puede existir un espacio que se resiste a ser disciplinado por las lógicas de un mercado siempre imperfecto, desde el punto de vista de su propio horizonte utópico de plena libertad, y por la misma razón oligopólico.
De hecho, la gratuidad no tiene porqué implicar depredación, es decir, un consumo enajenante por ausencia de criterio. Por ejemplo, en un ámbito de conocimiento y producción cultural como es el de la cultura histórica, la gratuidad de contenidos es una puerta abierta a la penetración de las lógicas que configuran y, eventualmente, modifican el contenido de una cultura sobre el pasado. El carácter debatible de nuestras interpretaciones del pasado y la comprensión de los sentidos de los discursos que la configuran, está siendo especialmente visible desde que existen proyectos como Wikipedia, multitud de blogs de historiadores amateurs o productores de contenidos culturales que dedican un espacio al pasado y su memoria. Todo ese acervo de conocimiento enriquece la crítica sobre las interpretaciones del pasado (hasta hace no mucho a cargo únicamente de los así llamados expertos; normalmente acérrimos defensores de la clausura de contenidos) y propicia un debate sobre la cultura que es, en sí mismo, cultural.
Al final, el intercambio de contenidos libres en Internet, en efecto, impone la experiencia (por la necesidad de generarlos, de seleccionarlos, de intercambiarlos) a la idea de mercado como un espacio para, esencialmente, producir valor en precio y propicia la segmentación de lo social basada en identidades no definidas por hábitos de consumo. Esto describe mucho más de nuestro tiempo que aquel individuo autónomo inventado, cuya sombra en la realidad solo sabía ufanarse de adquirir mercancías (también contenidos culturales) siempre al mejor precio.